¿Cuánto le cuesta a los ciudadanos el hurto de unos pendientes? Si se midieran en dinero las horas que dedican las patrullas policiales y los funcionarios de Justicia, y el incontable papeleo que generan, saldría infinitamente más caro que los tres o cuatro euros que pueden costar en una tienda de bisutería un par de sencillos aretes, uno de los objetos que más se roban, junto con los productos de alimentación y la ropa.
Sólo en las localidades que cubre la comisaría de la Ertzaintza de Sestao -aparte de ese municipio, Baracaldo y Trapagaran-, probablemente la más colapsada de todas las de la Policía autonómica, se denuncian una media de siete hurtos al día -1.927 hasta octubre de este año y 2.681 en 2009, según los datos aportados por el Departamento de Interior-, la mayoría en los centros comerciales. Los pequeños robos representan el «80%» de su trabajo, asegura un ertzaina. Los 226 agentes destinados allí -a partir de enero contarán con la ayuda de otros 25 policías, según acaba de aprobar la consejería como solución de urgencia- cubren, con los mismos efectivos que en 1999, las incidencias que se producen en Max Center, Megapark, Park Avenue y Carrefour Sestao. Ballonti se ubica en Portugalete, en la circunscripción de la comisaría de Muskiz, también afectada por el problema. En ocasiones todas las unidades se encuentran ocupadas atendiendo hurtos en estas áreas comerciales, la mayoría valorados en pocos euros. Una patrulla ha llegado a dedicar hasta cinco horas a las gestiones derivadas de una de estas faltas. Cuando el objeto robado vale más de 400 euros, pasa a ser considerado un delito. También ha habido días en que los agentes de un turno han tenido que acudir hasta seis veces a uno de estos espacios comerciales para atender sucesivos hurtos.
Ante la sangría que les supone esta pequeña delincuencia-«hay meses que las pérdidas son importantes», reconoce una dependienta-, los comercios han acabado dotándose de medidas de seguridad. «Hasta las fruterías de barrio tienen ahora videocámaras contra los robos», apunta un policía. También recurren a las alarmas y los pórticos o barreras antihurto; y, sobre todo, al olfato que desarrollan los dependientes. «A veces también nos sorprenden. Hemos pillado robando a una mujer que iba muy bien vestida, con un abrigo de piel», admite la empleada de la tienda de bisutería Alehop, de Max Center. «Cuando alguien va a robar, no está tranquilo, te está controlando», afirma. No obstante, ella y sus compañeros saben que no pueden acusar a alguien si no están «completamente seguros, podrían denunciarnos a nosotros». Por eso, suelen esperar a que el caco pase por el pórtico y salte la alarma.
Cuando una persona es sorprendida 'in fraganti' sustrayendo, por ejemplo, unos pantalones en una tienda de ropa, arranca un complejo protocolo que puede durar horas. Los vigilantes de seguridad, que ya contratan todos los centros comerciales, conducen al ladrón hasta un discreto despacho, donde se le cachea. Posteriormente, se avisa a la Policía, que procede a la identificación del individuo. Cuando se trata de un menor o de un inmigrante indocumentado, los trámites se multiplican y demoran, a veces durante horas, y terminan en la comisaría, ya que hay que localizar a los padres.
Fichero propio de ladrones
Los policías citarán al imputado, al vigilante, a la dependienta y a posibles testigos para un juicio rápido entre dos y cinco días después, dependiendo de lo colapsada que esté la agenda del juzgado. Es habitual que el acusado no se presente a la vista, aunque aún así se celebra, o que la víctima se niegue a interponer una denuncia, ya que le sale más costoso perder una mañana de trabajo que el valor de lo sustraído. Antes solía solventarse pagando el artículo robado. No obstante, cada vez de forma más habitual, los establecimientos tienen orden de denunciar todos los hurtos, por muy escasa que sea la cuantía, para evitar el 'efecto llamada' de que robar sale gratis. Se ha dado el caso de una denuncia por el robo de unos pendientes, uno de ellos roto, valorados en 0,25 euros.
Algunas firmas de electrónica y grandes almacenes cuentan con un fichero propio de ladrones. Cuelgan las fotos de los individuos sorprendidos con las manos en la masa y les prohíben la entrada. «Les sale mejor que tener que acudir a juicios cada día, ellos apelan al derecho de admisión», aclara un agente. También suelen contar con personal camuflado que simula hacer compras y en realidad está vigilando.
Muchos de estos ladronzuelos, carteristas o rateros son multirreincidentes, «delincuentes habituales o toxicómanos», asegura un policía local de una localidad de la Margen Izquierda. Entre los métodos que emplean destaca el robo al descuido, el papel de aluminio -forran los bolsos por dentro con este material para que no pite al pasar por la barrera anti-hurto- o los alicates, con los que cortan la alarma de las prendas. En los últimos tiempos se ha detectado una práctica en todos los supermercados: los clientes más espabilados introducen fruta de calidad en la bolsa que van a pesar en la báscula, pero la marcan con una etiqueta de la barata. Esto está considerado como una falta de estafa.
Hace unos meses se produjo un altercado en un 'súper', en el que se vieron implicados siete vigilantes de seguridad, cuatro patrullas de la Ertzaintza y los ladrones, que abrieron una bolsa de jamón ibérico y se la comieron antes de pasar por caja. Las botellas de licor son golosas para los cacos, que a veces las revenden, y también se rellena con un bote de perfume exquisito la caja de una colonia de baratillo.
La Ertzaintza destapó el negocio sucio de una degustación de la zona de Indautxu que vendía colonias caras por encargo. Al parecer, tenía 'contratados' a dos delincuentes que hurtaban el género, que después se ofrecía en la cafetería a clientas de un cierto nivel monetario.
La salida pasa, a juicio de los policías, por la «prevención». Apuestan por crear en la comisaría una «quinta zona» -además de las de Cruces, Baracaldo centro, Trapagaran y Sestao- que integraría los centros comerciales, para realizar patrullas rutinarias. Y por el endurecimiento de la legislación. En la actualidad, los hurtos son castigados con multas, que rondan los 300 euros, aunque si el condenado se declara insolvente la pena se sustituye por un arresto de fin de semana o de semana completa, lo que vuelve a recaer en el trabajo policial. La Ertzaintza y las policías locales se encargan de comprobar que el arrestado se encuentra en su domicilio, llamándole a la puerta por sorpresa. «Tenemos que controlar arrestos domiciliarios a diario, forma parte de nuestro trabajo rutinario», asume un agente de Baracaldo.
Pero el caso más rocambolesco que se recuerda en la Margen Izquierda lo protagonizó un marinero de un barco extranjero que desembarcó en Vizcaya y fue retenido en un comercio tras sorprenderle robando una corbata. La Ertzaintza tuvo que buscar a un intérprete, se avisó a la embajada de su país y se retrasó la salida del barco. Y todo por tres euros. Los compañeros del marinero se ofrecieron a pagar la cantidad, pero la responsable del establecimiento se negó a aceptar el dinero.
Un ertzaina relata el caso de dos chicas adolescentes que fueron sorprendidas sisando un par de zapatos de charol rojo en una tienda de moda. Cuando el agente y su compañero les preguntaron por qué habían sustraído calzado cuatro números mayor que el suyo, ellas contestaron, ante la estupefacción de los uniformados: «¡Es que son tan bonitos...!»
Fuente: elcorreo.com
Sólo en las localidades que cubre la comisaría de la Ertzaintza de Sestao -aparte de ese municipio, Baracaldo y Trapagaran-, probablemente la más colapsada de todas las de la Policía autonómica, se denuncian una media de siete hurtos al día -1.927 hasta octubre de este año y 2.681 en 2009, según los datos aportados por el Departamento de Interior-, la mayoría en los centros comerciales. Los pequeños robos representan el «80%» de su trabajo, asegura un ertzaina. Los 226 agentes destinados allí -a partir de enero contarán con la ayuda de otros 25 policías, según acaba de aprobar la consejería como solución de urgencia- cubren, con los mismos efectivos que en 1999, las incidencias que se producen en Max Center, Megapark, Park Avenue y Carrefour Sestao. Ballonti se ubica en Portugalete, en la circunscripción de la comisaría de Muskiz, también afectada por el problema. En ocasiones todas las unidades se encuentran ocupadas atendiendo hurtos en estas áreas comerciales, la mayoría valorados en pocos euros. Una patrulla ha llegado a dedicar hasta cinco horas a las gestiones derivadas de una de estas faltas. Cuando el objeto robado vale más de 400 euros, pasa a ser considerado un delito. También ha habido días en que los agentes de un turno han tenido que acudir hasta seis veces a uno de estos espacios comerciales para atender sucesivos hurtos.
Ante la sangría que les supone esta pequeña delincuencia-«hay meses que las pérdidas son importantes», reconoce una dependienta-, los comercios han acabado dotándose de medidas de seguridad. «Hasta las fruterías de barrio tienen ahora videocámaras contra los robos», apunta un policía. También recurren a las alarmas y los pórticos o barreras antihurto; y, sobre todo, al olfato que desarrollan los dependientes. «A veces también nos sorprenden. Hemos pillado robando a una mujer que iba muy bien vestida, con un abrigo de piel», admite la empleada de la tienda de bisutería Alehop, de Max Center. «Cuando alguien va a robar, no está tranquilo, te está controlando», afirma. No obstante, ella y sus compañeros saben que no pueden acusar a alguien si no están «completamente seguros, podrían denunciarnos a nosotros». Por eso, suelen esperar a que el caco pase por el pórtico y salte la alarma.
Cuando una persona es sorprendida 'in fraganti' sustrayendo, por ejemplo, unos pantalones en una tienda de ropa, arranca un complejo protocolo que puede durar horas. Los vigilantes de seguridad, que ya contratan todos los centros comerciales, conducen al ladrón hasta un discreto despacho, donde se le cachea. Posteriormente, se avisa a la Policía, que procede a la identificación del individuo. Cuando se trata de un menor o de un inmigrante indocumentado, los trámites se multiplican y demoran, a veces durante horas, y terminan en la comisaría, ya que hay que localizar a los padres.
Fichero propio de ladrones
Los policías citarán al imputado, al vigilante, a la dependienta y a posibles testigos para un juicio rápido entre dos y cinco días después, dependiendo de lo colapsada que esté la agenda del juzgado. Es habitual que el acusado no se presente a la vista, aunque aún así se celebra, o que la víctima se niegue a interponer una denuncia, ya que le sale más costoso perder una mañana de trabajo que el valor de lo sustraído. Antes solía solventarse pagando el artículo robado. No obstante, cada vez de forma más habitual, los establecimientos tienen orden de denunciar todos los hurtos, por muy escasa que sea la cuantía, para evitar el 'efecto llamada' de que robar sale gratis. Se ha dado el caso de una denuncia por el robo de unos pendientes, uno de ellos roto, valorados en 0,25 euros.
Algunas firmas de electrónica y grandes almacenes cuentan con un fichero propio de ladrones. Cuelgan las fotos de los individuos sorprendidos con las manos en la masa y les prohíben la entrada. «Les sale mejor que tener que acudir a juicios cada día, ellos apelan al derecho de admisión», aclara un agente. También suelen contar con personal camuflado que simula hacer compras y en realidad está vigilando.
Muchos de estos ladronzuelos, carteristas o rateros son multirreincidentes, «delincuentes habituales o toxicómanos», asegura un policía local de una localidad de la Margen Izquierda. Entre los métodos que emplean destaca el robo al descuido, el papel de aluminio -forran los bolsos por dentro con este material para que no pite al pasar por la barrera anti-hurto- o los alicates, con los que cortan la alarma de las prendas. En los últimos tiempos se ha detectado una práctica en todos los supermercados: los clientes más espabilados introducen fruta de calidad en la bolsa que van a pesar en la báscula, pero la marcan con una etiqueta de la barata. Esto está considerado como una falta de estafa.
Hace unos meses se produjo un altercado en un 'súper', en el que se vieron implicados siete vigilantes de seguridad, cuatro patrullas de la Ertzaintza y los ladrones, que abrieron una bolsa de jamón ibérico y se la comieron antes de pasar por caja. Las botellas de licor son golosas para los cacos, que a veces las revenden, y también se rellena con un bote de perfume exquisito la caja de una colonia de baratillo.
La Ertzaintza destapó el negocio sucio de una degustación de la zona de Indautxu que vendía colonias caras por encargo. Al parecer, tenía 'contratados' a dos delincuentes que hurtaban el género, que después se ofrecía en la cafetería a clientas de un cierto nivel monetario.
La salida pasa, a juicio de los policías, por la «prevención». Apuestan por crear en la comisaría una «quinta zona» -además de las de Cruces, Baracaldo centro, Trapagaran y Sestao- que integraría los centros comerciales, para realizar patrullas rutinarias. Y por el endurecimiento de la legislación. En la actualidad, los hurtos son castigados con multas, que rondan los 300 euros, aunque si el condenado se declara insolvente la pena se sustituye por un arresto de fin de semana o de semana completa, lo que vuelve a recaer en el trabajo policial. La Ertzaintza y las policías locales se encargan de comprobar que el arrestado se encuentra en su domicilio, llamándole a la puerta por sorpresa. «Tenemos que controlar arrestos domiciliarios a diario, forma parte de nuestro trabajo rutinario», asume un agente de Baracaldo.
Pero el caso más rocambolesco que se recuerda en la Margen Izquierda lo protagonizó un marinero de un barco extranjero que desembarcó en Vizcaya y fue retenido en un comercio tras sorprenderle robando una corbata. La Ertzaintza tuvo que buscar a un intérprete, se avisó a la embajada de su país y se retrasó la salida del barco. Y todo por tres euros. Los compañeros del marinero se ofrecieron a pagar la cantidad, pero la responsable del establecimiento se negó a aceptar el dinero.
Un ertzaina relata el caso de dos chicas adolescentes que fueron sorprendidas sisando un par de zapatos de charol rojo en una tienda de moda. Cuando el agente y su compañero les preguntaron por qué habían sustraído calzado cuatro números mayor que el suyo, ellas contestaron, ante la estupefacción de los uniformados: «¡Es que son tan bonitos...!»
Fuente: elcorreo.com
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