El caso del afgano Abdul Rahman, que fue juzgado en su país por haberse convertido al cristianismo, ha recordado que la ley islámica prevé la condena de pena de muerte para el musulmán que cambia de religión. El Tribunal Supremo del país ha decidido interrumpir el proceso "por razones técnicas", lo que abre la puerta a su liberación. Pero la falta de libertad religiosa se da también con distintos matices en otros países de cultura islámica.
Una ley que acaba de ser aprobada por el parlamento de Argelia prohíbe con multas y cárcel las actividades que pretendan convertir a un musulmán a otra religión. El texto aprobado prevé penas de dos a cinco años de cárcel y multas de 5.000 a 10.000 euros a los que "inciten, obliguen o utilicen medios de seducción para convertir a un musulmán a otra religión". Las mismas penas recaerán sobre los que fabriquen o distribuyan materiales que "busquen minar la fe de los musulmanes". La ley no distingue entre las tácticas proselitistas abusivas y la mera exposición de otra fe a un musulmán para que pueda decidir abrazarla.
También queda prohibido el culto de cualquier religión, excepto el islam, "fuera de los edificios previstos para ello". De este modo se intenta evitar que los creyentes de otras religiones se reúnan en casas particulares.
Lo que ha despertado la alarma de los medios islamistas son las conversiones al cristianismo de jóvenes. Llama la atención que algunos conversos, que antes tenían problemas con las drogas o pegaban a sus mujeres, hayan abandonado tales hábitos. Las conversiones se están dando sobre todo entre jóvenes adultos de medios sociales modestos.
En Argelia la Iglesia católica cuenta con 92 sacerdotes y 195 religiosas, que intentan dar un testimonio cristiano con sus iniciativas de ayuda a los necesitados.
En Marruecos, se reconoce la libertad de culto, pero el Código Penal (art. 220) castiga con penas de seis meses a tres años de cárcel el intento de incitar a un musulmán a que abandone su fe para abrazar otra. Las Iglesias católica y protestante gozan de un estatuto legal, pero solo pueden atender a extranjeros, pues un marroquí solo puede ser musulmán, ya que el islam es la religión del Estado.
La comunidad católica en Rabat está formada por 30.000 fieles, con 40 sacerdotes y 150 religiosos, todos extranjeros. Las iglesias están abiertas, y los fieles se reúnen sin problemas, pero no pueden evangelizar a marroquíes. También tienen centros culturales, llevados por sacerdotes, abiertos a los musulmanes; y quince escuelas, con 12.000 alumnos musulmanes, en las que se enseña el Corán.
Hay conversos al cristianismo, pero tienen que mantener un perfil discreto, y no suelen frecuentar las iglesias oficiales, para no crear problemas a los párrocos o pastores extranjeros. Entre los conversos, hay gente de clase media-alta, universitarios y de profesiones liberales; y otros de las clases desfavorecidas, a los que se dirigen más los evangélicos. En las grandes ciudades, la policía no suele crear problemas a los conversos; las dificultades pueden surgir sobre todo de los familiares, los vecinos y el ambiente social.
En Arabia Saudí está prohibido cualquier culto público que no sea el del islam. Hasta llevar un crucifijo al cuello puede causar problemas. Un musulmán que se convirtiera a otra religión podría ser condenado a muerte. Lo que en otros países se entiende como libertad religiosa allí no se concibe. Pero no se ponen dificultades para las conversiones al islam de los fieles de otras religiones, como se refleja en un reportaje de "Le Monde" (10-03-2006).
En Arabia Saudí hay 159 centros de conversiones, llamados "dawa" ("la llamada"), dirigidos a incorporar al islam a extranjeros.
Fuente: Minuto Digital
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