Sus primeras autopsias las hizo en cementerios, y había tal falta de medios que llegó a usar los féretros de los fallecidos como improvisadas camillas. Así iniciaba su labor como forense Antonio Blanco Piña que, tras 37 años de trayectoria profesional, acaba de jubilarse viendo cómo Vigo ya es sede de una delegación del Instituto de Medicina Legal de Galicia.
Afable y bromista en el trato personal, la seriedad caracterizó su labor en las salas de necropsias: en su dilatada carrera diseccionó más de 3.500 cadáveres, interviniendo en la mayoría de los casos de homicidio ocurridos en la ciudad desde que decidió dejar de ser un médido de pueblo para dedicarse al campo legal.
“Después de tantos años en la profesión había alcanzado ese estadio de impermeabilidad, deseable o despreciable, según se mirase, en el que la mayor parte de los horrores que presenciaba en su trabajo no le dejaban ninguna huella digna de mención al final del día”.
La novelista sueca Camilla Läckberg retrataba así en Las hijas del frío a un veterano forense curtido en todo tipo de dramas. Cuando Antonio Blanco Piña leyó estas palabras, se sintió rápidamente identificado. Y es que con más de 3.500 autopsias a sus espaldas, este forense vigués tuvo que aprender a enfrentarse a las innumerables tragedias que convirtieron los levantamientos de cadáveres y las visitas a las salas de necropsias en parte de su vida cotidiana.
Tras casi 40 años de trayectoria profesional, el médico se jubila y deja atrás una intensa etapa en la que intervino en la investigación de la mayoría de los crímenes ocurridos en Vigo desentrañando las pistas y secretos que dejaban los cuerpos de las víctimas: algunos de los casos más destacados de su carrera fueron el cuádruple asesinato de Nigrán, el crimen de la joven Águeda González o el asalto mortal del GRAPO a un furgón blindado. Pero ponerse frente a un cadáver no fue lo más duro. El dolor de las familias fue siempre lo que más le conmocionó. “A eso nunca te acostumbras; y lo peor para mí fueron los casos de madres que perdieron a sus hijos”, reflexiona.
Hasta el pasado 9 de enero Antonio Blanco era el forense más veterano de los juzgados vigueses. Ese día cumplió 70 años y cerró una trayectoria que comenzaba más de tres décadas atrás, cuando era un joven médico de pueblo que decidió colgar la bata blanca para dedicarse a la medicina legal. Los primeros pasos en este campo los dio en Tui. Pero pasó poco tiempo hasta que lo trasladaron a Vigo, en una época en la que los tribunales todavía estaban en la antigua prisión de la calle del Príncipe.
Los medios con los que contaba no tenían nada que ver con los actuales, hasta el punto de que entonces las autopsias se hacían en cementerios: sobre una vieja mesa, encima de las lápidas e incluso dentro de los féretros. “Se celebraba el funeral por el muerto y, antes de enterrarlo, se realizaba el examen del cadáver”, recuerda. A veces había que practicar las necropsias a la intemperie del camposanto: “Hiciese frío, calor o lloviese”. En el mejor de los casos, disponía de una “caseta” donde trabajar mientras el cura, la familia y en ocasiones “todo un pueblo” aguardaban dolorosamente para darle sepultura al fallecido.
También en aquella época se recogían muestras en los cuerpos para ser enviadas a Madrid y analizarse. Pero no se remitían, como ahora, a través de empresas de transporte urgente. Las pruebas de aquellos delitos viajaban en tren: “Ahora Vigo es una delegación del Instituto de Medicina Legal de Galicia y hacemos las necropsias en un hospital –Nicolás Peña–; nada que ver con mis comienzos”.
Lo que no ha cambiado, advierte, es la técnica de la autopsia. “Hoy tenemos una sala en un hospital y podemos contar con un instrumental mejor, pero la clave de un forense es ver, observar... para que el cadáver nos cuente lo que pasó; y eso era igual antes que ahora”, reflexiona Blanco Piña.
¿Los muertos hablan? Este experimentado forense dice que sí. El examen y la disección de un cadáver puede dar muchas respuestas. Entre ellas la identidad del asesino, si de lo que se trata es de una muerte violenta. “Establecer la causa de un fallecimiento en un homicidio es un tarea fácil, porque casi siempre es evidente; lo más complicado, sin duda, es ponerle fecha a la muerte,”, cuenta el profesional. A veces la complejidad era tan grande que la desesperación debido a la falta de avances le hacía lanzar preguntas silenciosas. “Estando ante un cuerpo muchas veces me decía para mí: ¿de qué te habrás muerto?, ¿qué te pasó?”.
Investigación
En la investigación de un crimen el forense no se limita a la autopsia. Entre sus tareas también está la de acudir al levantamiento del cadáver y analizar el escenario. Y la experiencia ha demostrado a Blanco Piña que los asesinos ya no dejan tantas pistas como antaño. “Antes fumaban y tiraban la colilla al lado del cadáver, o dejaban allí la lata de cerveza que habían bebido; hoy usan guantes”, afirma.
¿Se puede sobrellevar una profesión en la que la tragedia está tan presente? El profesional confiesa que muchas muertes le impactaron, le emocionaron e incluso provocaron que las lágrimas asomasen a sus ojos, pero al final del día, ya en casa con su familia, lograba apartar de su mente lo desagradable de la jornada. Igual que el personaje de la novelista sueca con el que no pudo evitar sentirse identificado. Aunque a veces costase sacar la fortaleza, como aquella trágica jornada de febrero de 1997 en la que tuvo que identificar a las tres niñas muertas en el incendio la guardería “Dinky”. Ya era un curtido forense, pero sin duda fue uno de los días más duros de su carrera.
Fuente: farodevigo.es
Afable y bromista en el trato personal, la seriedad caracterizó su labor en las salas de necropsias: en su dilatada carrera diseccionó más de 3.500 cadáveres, interviniendo en la mayoría de los casos de homicidio ocurridos en la ciudad desde que decidió dejar de ser un médido de pueblo para dedicarse al campo legal.
“Después de tantos años en la profesión había alcanzado ese estadio de impermeabilidad, deseable o despreciable, según se mirase, en el que la mayor parte de los horrores que presenciaba en su trabajo no le dejaban ninguna huella digna de mención al final del día”.
La novelista sueca Camilla Läckberg retrataba así en Las hijas del frío a un veterano forense curtido en todo tipo de dramas. Cuando Antonio Blanco Piña leyó estas palabras, se sintió rápidamente identificado. Y es que con más de 3.500 autopsias a sus espaldas, este forense vigués tuvo que aprender a enfrentarse a las innumerables tragedias que convirtieron los levantamientos de cadáveres y las visitas a las salas de necropsias en parte de su vida cotidiana.
Tras casi 40 años de trayectoria profesional, el médico se jubila y deja atrás una intensa etapa en la que intervino en la investigación de la mayoría de los crímenes ocurridos en Vigo desentrañando las pistas y secretos que dejaban los cuerpos de las víctimas: algunos de los casos más destacados de su carrera fueron el cuádruple asesinato de Nigrán, el crimen de la joven Águeda González o el asalto mortal del GRAPO a un furgón blindado. Pero ponerse frente a un cadáver no fue lo más duro. El dolor de las familias fue siempre lo que más le conmocionó. “A eso nunca te acostumbras; y lo peor para mí fueron los casos de madres que perdieron a sus hijos”, reflexiona.
Hasta el pasado 9 de enero Antonio Blanco era el forense más veterano de los juzgados vigueses. Ese día cumplió 70 años y cerró una trayectoria que comenzaba más de tres décadas atrás, cuando era un joven médico de pueblo que decidió colgar la bata blanca para dedicarse a la medicina legal. Los primeros pasos en este campo los dio en Tui. Pero pasó poco tiempo hasta que lo trasladaron a Vigo, en una época en la que los tribunales todavía estaban en la antigua prisión de la calle del Príncipe.
Los medios con los que contaba no tenían nada que ver con los actuales, hasta el punto de que entonces las autopsias se hacían en cementerios: sobre una vieja mesa, encima de las lápidas e incluso dentro de los féretros. “Se celebraba el funeral por el muerto y, antes de enterrarlo, se realizaba el examen del cadáver”, recuerda. A veces había que practicar las necropsias a la intemperie del camposanto: “Hiciese frío, calor o lloviese”. En el mejor de los casos, disponía de una “caseta” donde trabajar mientras el cura, la familia y en ocasiones “todo un pueblo” aguardaban dolorosamente para darle sepultura al fallecido.
También en aquella época se recogían muestras en los cuerpos para ser enviadas a Madrid y analizarse. Pero no se remitían, como ahora, a través de empresas de transporte urgente. Las pruebas de aquellos delitos viajaban en tren: “Ahora Vigo es una delegación del Instituto de Medicina Legal de Galicia y hacemos las necropsias en un hospital –Nicolás Peña–; nada que ver con mis comienzos”.
Lo que no ha cambiado, advierte, es la técnica de la autopsia. “Hoy tenemos una sala en un hospital y podemos contar con un instrumental mejor, pero la clave de un forense es ver, observar... para que el cadáver nos cuente lo que pasó; y eso era igual antes que ahora”, reflexiona Blanco Piña.
¿Los muertos hablan? Este experimentado forense dice que sí. El examen y la disección de un cadáver puede dar muchas respuestas. Entre ellas la identidad del asesino, si de lo que se trata es de una muerte violenta. “Establecer la causa de un fallecimiento en un homicidio es un tarea fácil, porque casi siempre es evidente; lo más complicado, sin duda, es ponerle fecha a la muerte,”, cuenta el profesional. A veces la complejidad era tan grande que la desesperación debido a la falta de avances le hacía lanzar preguntas silenciosas. “Estando ante un cuerpo muchas veces me decía para mí: ¿de qué te habrás muerto?, ¿qué te pasó?”.
Investigación
En la investigación de un crimen el forense no se limita a la autopsia. Entre sus tareas también está la de acudir al levantamiento del cadáver y analizar el escenario. Y la experiencia ha demostrado a Blanco Piña que los asesinos ya no dejan tantas pistas como antaño. “Antes fumaban y tiraban la colilla al lado del cadáver, o dejaban allí la lata de cerveza que habían bebido; hoy usan guantes”, afirma.
¿Se puede sobrellevar una profesión en la que la tragedia está tan presente? El profesional confiesa que muchas muertes le impactaron, le emocionaron e incluso provocaron que las lágrimas asomasen a sus ojos, pero al final del día, ya en casa con su familia, lograba apartar de su mente lo desagradable de la jornada. Igual que el personaje de la novelista sueca con el que no pudo evitar sentirse identificado. Aunque a veces costase sacar la fortaleza, como aquella trágica jornada de febrero de 1997 en la que tuvo que identificar a las tres niñas muertas en el incendio la guardería “Dinky”. Ya era un curtido forense, pero sin duda fue uno de los días más duros de su carrera.
Fuente: farodevigo.es
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