«¿Cómo que no me deja ponerle Brez? ¿Y por qué sí Abdulá o Güendolín?». Dicen desde la Asociación para la Defensa de los Intereses de Cantabria (ADIC) que más o menos así se desarrolló una airada discusión en un registro civil cuando un socio de Camaleño acudió tan contento con el topónimo lebaniego perfecto para su bebé. A nadie en la oficina sonaba Brez.
En las estanterías: libros de nombres vascos, gallegos y catalanes. De cántabros, «un par de folios» redactados por los propios funcionarios a medida que se van inscribiendo, que son «listados de dudosa procedencia y no realizados por especialistas». En cuanto a extranjeros, «como no se rigen por nuestra ley, no les importa».
Dice el presidente de la asociación, Bernardo Colsa, que hay «un exceso de celo» con los de casa en estas cuestiones y que se pide lo impedible para certificar la existencia de los nombres cántabros. Tanto es así que, hace un tiempo, uno acudió a inscribir a su hijo como Nel (diminutivo cántabro de Manuel) y le sugirieron «mejor Mel», por el Gibson, más conocido por los del registro, vaya.
«Un certificado, por favor»
Últimamente «nos ha llamado una veintena de personas», continúa Colsa, implorando certificados de nombres. Pero resulta que ADIC no es un organismo oficial ni tiene por qué dedicarse a tales menesteres. No hay academia de la lengua cántabra ni, de momento, el cántabro es una lengua. Así las cosas, se limitan a recomendar algo de bibliografía para demostrar la existencia de los antropónimos: en novelas costumbristas, libros de historia y en dos obras dedicadas al asunto: 'Nombres cántabros de persona', de Gelu Marín, y 'Onomástica de Cantabria', de Jesús J. Maroñas. También recuerdan a los 'agraviados' que según la Ley del Registro Civil se puede poner cualquier nombre siempre que no cause duda de género o sea lesivo para la persona.
Aclaran que «no en todos» los registros son así de puntillosos, pero que facilitaría las cosas «que incorporen un listado de nombres cántabros de persona elaborado por un organismo competente de la Comunidad Autónoma, se ajuste a derecho sin quedar al arbitrio aleatorio de la comprensión de un funcionario».
Pero, mientras no lo hay, la tarea de los trabajadores es bien difícil, si alguien va a inscribir a su hijo como Andoto o Elanio (nombres masculinos recogidos por ADIC «usados en otras épocas»), o los femeninos Amia, Dovidena y Quemia, también en esa categoría de «antiguos». Hoy es más «moderno» usar la toponimia y ya se admiten Buelna, Luria, Naroba, Tanea, Olalla y Cumbres para las niñas, y el aludido Brez, Jano o Iurde (que viene de Jorge, usado sobre todo en Santiurde) para los niños.
Colsa señala otros «más tradicionales» y de los que existe constancia de que ha habido dificultades para su reconocimiento «aún sin la certeza de que alguien se llame así»: Luga (que significa rayo de luz) y, más conocida, Anjana.
Y constan variantes cántabras de nombres comunes en España, como Ñevis (Nieves) y Mariya (María), o Nelu (Manuel), Gelu (Ángel), Cenciu (Inocencio) o Cibriá (Cipriano).
Aseguran en ADIC que por San Vicente está «muy extendido» el nombre de Barquera para las niñas, con el María delante, además de otros relacionados con las tradiciones como Puerto, Valvanuz, Brena, Olalla, Olaja, Cruz, Valmayor, Lindes, Montes, Mar y Montesclaros, sobre todo si así se llama la patrona del pueblo. Añaden en esta categoría Amós «muy extendido entre gente marinera, pero no privativo de Cantabria», Colío o Ibio.
Parece que ya empieza a haber muchas Devas, Laras, Laros y Necos; que quién sabe si a alguno ya le gusta Pas, Abano, Talania, Noive, Acca, Vado (¡!) o el mismo Cántabro para su criatura, y que otros apuestan por cantabrizar a sus chicos con Isidoru o, más aún, Sidoru. Sea cual fuere el nombre escogido, que acompañará (o perseguirá) a su dueño mientras viva, ADIC cree urgente y necesario que el asunto se normalice «para evitar situaciones incongruentes». Que dentro de unos años uno no descubra que su nombre no existe ni significa nada.
Fuente: eldiariomontanes.es
En las estanterías: libros de nombres vascos, gallegos y catalanes. De cántabros, «un par de folios» redactados por los propios funcionarios a medida que se van inscribiendo, que son «listados de dudosa procedencia y no realizados por especialistas». En cuanto a extranjeros, «como no se rigen por nuestra ley, no les importa».
Dice el presidente de la asociación, Bernardo Colsa, que hay «un exceso de celo» con los de casa en estas cuestiones y que se pide lo impedible para certificar la existencia de los nombres cántabros. Tanto es así que, hace un tiempo, uno acudió a inscribir a su hijo como Nel (diminutivo cántabro de Manuel) y le sugirieron «mejor Mel», por el Gibson, más conocido por los del registro, vaya.
«Un certificado, por favor»
Últimamente «nos ha llamado una veintena de personas», continúa Colsa, implorando certificados de nombres. Pero resulta que ADIC no es un organismo oficial ni tiene por qué dedicarse a tales menesteres. No hay academia de la lengua cántabra ni, de momento, el cántabro es una lengua. Así las cosas, se limitan a recomendar algo de bibliografía para demostrar la existencia de los antropónimos: en novelas costumbristas, libros de historia y en dos obras dedicadas al asunto: 'Nombres cántabros de persona', de Gelu Marín, y 'Onomástica de Cantabria', de Jesús J. Maroñas. También recuerdan a los 'agraviados' que según la Ley del Registro Civil se puede poner cualquier nombre siempre que no cause duda de género o sea lesivo para la persona.
Aclaran que «no en todos» los registros son así de puntillosos, pero que facilitaría las cosas «que incorporen un listado de nombres cántabros de persona elaborado por un organismo competente de la Comunidad Autónoma, se ajuste a derecho sin quedar al arbitrio aleatorio de la comprensión de un funcionario».
Pero, mientras no lo hay, la tarea de los trabajadores es bien difícil, si alguien va a inscribir a su hijo como Andoto o Elanio (nombres masculinos recogidos por ADIC «usados en otras épocas»), o los femeninos Amia, Dovidena y Quemia, también en esa categoría de «antiguos». Hoy es más «moderno» usar la toponimia y ya se admiten Buelna, Luria, Naroba, Tanea, Olalla y Cumbres para las niñas, y el aludido Brez, Jano o Iurde (que viene de Jorge, usado sobre todo en Santiurde) para los niños.
Colsa señala otros «más tradicionales» y de los que existe constancia de que ha habido dificultades para su reconocimiento «aún sin la certeza de que alguien se llame así»: Luga (que significa rayo de luz) y, más conocida, Anjana.
Y constan variantes cántabras de nombres comunes en España, como Ñevis (Nieves) y Mariya (María), o Nelu (Manuel), Gelu (Ángel), Cenciu (Inocencio) o Cibriá (Cipriano).
Aseguran en ADIC que por San Vicente está «muy extendido» el nombre de Barquera para las niñas, con el María delante, además de otros relacionados con las tradiciones como Puerto, Valvanuz, Brena, Olalla, Olaja, Cruz, Valmayor, Lindes, Montes, Mar y Montesclaros, sobre todo si así se llama la patrona del pueblo. Añaden en esta categoría Amós «muy extendido entre gente marinera, pero no privativo de Cantabria», Colío o Ibio.
Parece que ya empieza a haber muchas Devas, Laras, Laros y Necos; que quién sabe si a alguno ya le gusta Pas, Abano, Talania, Noive, Acca, Vado (¡!) o el mismo Cántabro para su criatura, y que otros apuestan por cantabrizar a sus chicos con Isidoru o, más aún, Sidoru. Sea cual fuere el nombre escogido, que acompañará (o perseguirá) a su dueño mientras viva, ADIC cree urgente y necesario que el asunto se normalice «para evitar situaciones incongruentes». Que dentro de unos años uno no descubra que su nombre no existe ni significa nada.
Fuente: eldiariomontanes.es
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