¿Qué haces si tu hijo adolescente llega borracho a casa, se lo recriminas y él te levanta la mano? Pues, según están las cosas, acabar con una orden de alejamiento como se te ocurra tocarle. Puede que esta clase de conclusiones no sean más que una simplificación de hechos jurídicamente más complejos y que estemos banalizando asuntos graves, pero lo cierto es que, tras una serie de fallos judiciales en los que se condena a los padres por pegar a los hijos, ése es el mensaje que está entendiendo la sociedad española.
El último capítulo de esta obra es la sentencia dictada por la Audiencia Provincial de Barcelona condenando a un padre a siete meses de prisión y a no acercarse a menos de mil metros de su hijo después de que le golpeara con el cinturón (el chico acabó con lesiones) cuando éste, ebrio, se le encaró. El producto final de estas resoluciones judiciales, afirma Amable Cimas, vicedecano de la facultad de Medicina de la Universidad San Pablo CEU, es que “los chicos acaban amenazando a sus padres con denunciarles si no les dan lo que quieren o si les castigan de algún modo. Es verdad que en muchos casos lo dicen medio en broma, pero también lo es que esas actitudes se acaban convirtiéndose en un problema serio”.
Sin embargo, advierte Pedro Molino, coordinador de tutores de la Universidad de padres, tampoco es procedente centrar el asunto sobre casos concretos en la medida en que “desconocemos los detalles reales y las circunstancias condicionantes del suceso, algo que sí –suponemos- ha sopesado el juez”. Lo que se puede afirmar a partir de estos hechos es que “existe una tendencia excesiva de la sociedad española a judicializar conflictos menores del ámbito privado que deberían tener respuesta a través de los Servicios Sociales municipales o de instancias reeducadoras o educativas. Curiosamente se dan en familias disfuncionales y son el resultado de un proceso que no se ha abordado a su debido tiempo”.
Y aunque no debamos tomar la anécdota como categoría, ya que una gran mayoría de padres mantiene una relación adecuada con sus hijos y muchos de quienes tienen problemas los solventan adecuadamente dentro del ámbito familiar, lo cierto es que estas resoluciones judiciales revelan que algo está funcionando mal en nuestra sociedad, en tanto estamos trasladando fuera de los entornos familiares la resolución de nuestros problemas. Y con un resultado dudoso. Porque, insisten los expertos, la orden de alejamiento no suele ser útil. No ya porque ni siquiera sirva como medida preventiva en los casos graves (la falta de medios y de personal impiden llevarlas a efecto) sino porque, como afirma Molino, “en determinados contextos sociales el veredicto de una sentencia, a priori justa, puede originar consecuencias más graves que el problema que la originó, traumatizando de por vida al propio niño (más que el incidente que lo originó) o a los progenitores”.
El debate, sin embargo, abarca mucho más allá de la sentencia dictada, de los medios empleados y de los fines pretendidos. Porque estas resoluciones dejan muchas preguntas en el aire, referidas tanto a los métodos educativos que empleamos como a los límites de la intervención de las instituciones en nuestra esfera privada. En el primer sentido, es lógico que nos preguntemos si el castigo físico es siempre perjudicial, si hay ocasiones en que resulta adecuado utilizarlo o si dar un cachete será siempre antipedagógico. Todos los expertos coinciden en que la disciplina es imprescindible y que debe ser impuesta a través de la palabra, de las actitudes que los niños observan en sus padres y del establecimiento de límites que les enseñen a autorregularse, y no a través de medios coercitivos y violentos. Pero, llegado el caso, advierte Amable Cimas, la respuesta física es una opción.
Un cachete a tiempo
“Una bofetada ocasional, en un contexto muy determinado, y aplicada con una fuerza proporcionada, es otra cosa. El castigo físico no puede ser la única respuesta, pero eso no quiere decir que no se pueda utilizar nunca”. En ese mismo sentido opina Ricardo Moreno Castillo, autor de De la buena y la mala educación (Ed. Libros del Lince), para quien un cachete a tiempo no es un medio en absoluto desproporcionado. “Los malos tratos nunca se pueden defender pero tampoco hay que sobreproteger a los niños, quienes a veces se convierten en tiranos. Y, en esos casos, pararles los pies es positivo”.
Para Pedro Molino, lo que realmente daña a los niños es la falta de amor, las peleas entre parejas ante los propios hijos, la falta de normas básicas de convivencia o la permisividad extrema, situaciones que “a la larga, pueden ser más graves que un cachete. No considero educativo el castigo físico pero la violencia psicológica sobre los niños puede llegar a ser mucho más grave que un cachete corrector en un contexto normal de padres cariñosos y exigentes. Sin embargo, si los padres son autoritarios y poco afectivos, el castigo físico puede ser demoledor para la personalidad del niño como parte de una des-educación fría, represiva y reiterada”.
En segunda instancia, hay quien afirma, como Moreno Castillo, que el hecho de que discutamos acerca de lo acertado o no de dar un cachete revela problemas más profundos de nuestra sociedad. En especial, “la mala conciencia a la hora de ejercer la autoridad. Quizá porque arrastramos los complejos desde la época de la dictadura, estamos identificando la autoridad con algo malo. Y no es así. Al final, y como producto de esa tendencia, no educan ni los padres ni la escuela”. Lo cual es un problema muy serio, para Moreno Castillo, en todos los sentidos, pero especialmente en aquel que se quería evitar: “Por no parecer dictatoriales caemos en la injusticia. Es como decían en la mili: cuando los oficiales hacen dejación de funciones, los sargentos tiranizan a la tropa. Llegamos así a casos en los que permitimos que unos alumnos maltraten a otros o a que sea el maltratado el que deba cambiar de centro y no los maltratadores”.
De modo que esos mensajes ambiguos que la sociedad emite respecto de la conveniencia o no de actuar de forma autoritaria producen mucha desorientación en unos padres que no saben qué es lo correcto y que, asegura Amable Cimas, terminan patologizándolo todo. “Los padres se refugian cada vez más en la figura del psicólogo, en tanto mediador en sus discusiones familiares, porque no tienen claro cómo actuar. No saben si están haciendo de menos o se están extralimitando”. Y el fruto final de esa situación son esos chicos chantajistas que manipulan a los padres, a veces con la amenaza del juez.
“Creemos que los chicos no se enteran de sentencias como las que se están dictando. Y se enteran, vaya si se enteran. Y las utilizan en su provecho”. Según Cimas, el gran problema de nuestra sociedad es que los chicos han aprendido a conseguirlo todo sin apenas esfuerzo, que “hemos criado una sociedad de niños que creen que pueden tenerlo todo. Y vamos a ver cómo los problemas se recrudecen con la crisis. Después de acostumbrarles a regalos de 300 euros, ya veremos lo que pasa cuando se les diga que tienen que apretarse el cinturón y que no hay dinero para caprichos”.
Fuente: elconfidencial.com
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